LOS VIAJES ONÍRICOS

LOS VIAJES ONÍRICOS

Illán Argüello (Madrid, 1968) ha ganado un lugar indiscutible entre los artistas españoles más destacables de los últimos tiempos gracias a su excelente equilibrio entre una técnica virtuosa y un rico mensaje narrativo. Comparte con el surrealismo el referente de los sueños en sus temáticas, pero hay grandes diferencias. El surrealismo asume que las creaciones son inverosímiles, comprensibles sólo desde el absurdo, nacidas de la locura subconsciente que el sujeto alberga dentro de sí mismo a partir de sus propias filias y fobias. Los sueños de Argüello, sin embargo, parecen perfectamente posibles, interactuan como los elementos surrealistas, pero no aluden a referentes comunes, sino a creaciones meditadas. No es surrealismo: es ficción narrativa. Sus mundos han existido, existirán o existen ya en alguna parte. Queda la impresión de que es el espectador un extraño en ese universo, innecesario, y que los elementos tienen sentido por sí mismos. Las obras no surgen del azar, son lógicas e inquietantemente coherentes, por lo menos en el lugar o plano al que pertenecen. Los sueños de Illán Argüello no nos llevan al interior de la mente, sino a otros confines de la realidad en los que apenas somos invitados ocasionales.En sus escenas suele desarrollar una figuración geométrica con edificios al estilo de la arquitectura fascista italiana, a su vez deudora del constructivismo ruso, la escuela Bauhaus y del cine expresionista alemán, aunque últimamente explora terrenos más vivos con personajes que recuerdan a los seres de Lovecraft, salidos de los Mitos de Cthulhu, o a las dimensiones visitadas por Randolph Carter. Tanto si se centra en paisajes como en extrañas criaturas, sus obras tienen un inquietante rastro del oscuro autor de Providence y otros afines. Por las arquitecturas, erróneamente, se le incluye en un grupo de neometafísicos, de los que él no se siente parte. Sí que admira a De Chirico, con quien comparte la forma de tratar los elementos geométricos, tanto en la perspectiva como en su rol de protagonistas de la escena. Igual también, la presencia humana es anecdótica, aún más escasa en Argüello. La sensación de calma inquietante también está, pero los elementos y los contextos de Illán son muy distintos, su imaginario es si cabe más completo y abierto a interpretaciones, más opresivo. Más lovecraftiano. En los cuadros de De Chirico da la impresión de que la gente se encuentra dentro de las casas, que se ha ausentado momentáneamente, pero en los de Argüello se tiene la certeza de que la gente no está ni fuera ni dentro, ni se la espera.

Geometrías perfectas en entornos irreales. La conjugación de sus formas rectas con elementos fantásticos crea escenas que tanto podrían ser en un futuro lejano como antes de que el hombre, tal y como lo conocemos, caminara sobre la Tierra. La arquitectura sin naturaleza, fría, tiene un aire fantasmal. Las formas nos son familiares y resultan asociables a una era tecnológica, pero su pulcritud es impropia del presente y parece más cercana a civilizaciones más evolucionadas que la nuestra. Colores fríos, grises inanimados, pero el rojo contrasta como latido vital, sangre que lleva el rastro humano a cuerpos metálicos. El rojo resulta la nota discordante, el indicio de la violencia primaria, el grito disconforme del inadaptado.

Quien escribe no sabe si la clave qué motiva el éxito de los artistas actuales está en adoptar una postura de irreverencia respecto a la historia, o maquinar la provocación más gratuita -o buscar su carencia total – escudándose con la etiqueta de conceptual. Puede que sencillamente esté en olvidar toda referencia a cualquier lenguaje conocido y empezar a crear otros nuevos antes de saber qué pueden expresar, y esperar a que haga presencia el síndrome del traje del emperador. Illán Argüello no cumple ninguna de estas características. Por lo demás, es uno de los artistas actuales más completos en la forma y, al mismo tiempo, de los más imaginativos, ricos y sugerentes en el fondo. Su lenguaje sólo se puede extender, como sus paisajes oníricos, hacia el infinito.

.(c) Ángel M. Alcalá.

 

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